De no saber correr a Correr Un Maratón
Luego de vivir un tiempo en el exterior, haber ganado 20 kilos y volver a casa, empezando mi actividad física con el baile, quise hacer algo más. Alguien cercano me habló del running y ya Juan, mi esposo, en ese momento había empezado a practicar velocidad en pista y me motivó a correr una carrera.
“¿5 kilómetros? Porqué no…”, pensaba, sin saber realmente lo que iba significar. No sonaba mal, pero fue horroroso. Muchos dicen que empezar a correr “es amor a primera vista”, pero en mi caso no fue así. Me inscribí a una carrera dándole prioridad a la emoción y dejando a un lado lo esencial. Miento si digo que lo disfruté. Desde el minuto 3 hasta el final de la carrera sentí dolor en las rodillas. Era la primera vez que me enfrentaba a mí misma de esa manera. Que debía aceptar el dolor y debía correr sin saber realmente cómo correr. Terminé por orgullo, pero con ganas de no saber de eso por un buen tiempo. Aborté la misión.
Meses después, mi cuñado, quién corría distancias medias, me habló de las zapatillas para correr y los estudios de pisada para saber qué zapatos debía utilizar, así que decidí darle una segunda oportunidad al tema. Esto y el monitor, cambiaron muchas cosas con respecto a cómo sentía y analizaba mis espacios de corrida. Con apoyo de personas profesionales, empecé a trabajar en mi pisada, en el braceo, a entrenar de manera responsable y ahí fue cuando realmente empecé sentirme más cómoda, y los dolores parecían desaparecer. No era la mejor, ni la más rápida, ni la más resistente o la más “fit”, como hoy en día lo llaman. Era yo, enfrentando mis propios temores, mis propias debilidades, mis propios dolores.
Las madrugadas empezaron a tener sentido y alimentarse bien, no solamente significaba verse bien, sino sentirse bien. Que no era sacrificar el sueño sino cargar el cuerpo con más energía; y que la palabra “dieta” (que aún no entiendo porqué existe) no hacía parte de mi vida sino que todo ello tenía un mejor nombre, “hábitos saludables” sin morir en el intento y sin disfrutar de todo; sí, DE TODO. Y los que me conocen saben que tengo bastante apetito; apetito que sacio con elecciones saludables, no muriéndome de hambre o “comiendo pasto” como algunos piensan. Consumiendo alimentos que me nutrieran y al mismo tiempo ayudaran para que mi desempeño fuera mejor.
Las carreras planeadas por diferentes organizaciones o empresas no solo se volvieron una manera de apoyar diferentes causas sociales o como algunos dicen “por estar a la moda”, sino que representaban fechas importantes y metas por cumplir, que significaban sacrificios, disciplina, madrugadas, organización, buena alimentación, compromiso, trabajos para fortalecer el cuerpo, pero sobretodo, para fortalecer mi mente.
Tan solo ha pasado un año, y hace unos días corrí mi primera maratón, día que JAMÁS olvidaré. Así como no olvidaré mi primera carrera de 5K, de 15K ni mi primera media maratón. Carreras que no solo representan el aumento de distancias sino recorridos de 5.000, 15.000, 21.000 y 42.195 metros llenos de emociones, determinación, sacrificios, momentos confrontando el dolor, pero sobretodo, momentos de mucho corazón.
No importa cuánto corras. Si son 5, 10 o 42 kilómetros, o si los haces en treinta minutos, una o diez de horas. Mientras tu corazón, cuerpo y mente estén corriendo, YA ERES UN CORREDOR.